2007: El año en que metimos el futuro en el bolsillo

Hay un antes y un después en la historia de la tecnología. Y no, no es con la llegada de la inteligencia artificial, ni con el internet, ni siquiera con la primera computadora personal. El verdadero parteaguas fue un objeto que cabe en la mano, que llevamos todos los días, que miramos con más devoción que a nuestras madres: el maldito iPhone.

Corría enero de 2007. Steve Jobs, con sus jeans deslavados y el cuello de tortuga más famoso de la historia, subía al escenario del Macworld en San Francisco. Sonrió. Y dijo: “Hoy estamos presentando tres productos revolucionarios. Un iPod con pantalla táctil. Un teléfono móvil revolucionario. Un dispositivo de comunicación por internet. ¿Lo entienden? No son tres aparatos distintos. Es uno solo. Lo llamamos… iPhone”.

Boom.

Nadie lo sabía del todo en ese momento, pero lo que estaba ocurriendo no era solo el lanzamiento de un teléfono. Era el inicio de una nueva especie humana: el homo smartphoneus. El que no necesita mapas de papel, el que no recuerda números telefónicos, el que fotografía su comida antes de probarla. El que ya no vive sin deslizar el dedo.

Antes del iPhone, el celular era una herramienta. Después, es una extensión del cuerpo.

La clave no fue solo el diseño o la pantalla táctil. Fue la idea de que un aparato podía ser todo: cámara, agenda, televisor, consola, brújula, linterna, biblioteca, red social, diario íntimo, GPS y confesionario. El iPhone transformó cada industria que tocó. Y de paso, nos transformó a nosotros.

¿Nos hizo mejores? No necesariamente.
¿Más conectados? Claro.
¿Más distraídos, ansiosos, vigilados y manipulables? También.

Pero eso no le quita peso histórico. El iPhone es el Gutenberg moderno, la máquina de vapor de nuestros tiempos, la caja de Pandora digital. Su nacimiento marcó el inicio de la era de la hiperconexión, del Big Data, del scrolling eterno, del culto a la notificación.

Desde ese enero de 2007, vivimos dentro del teléfono. Y el teléfono vive dentro de nosotros.

admin

Un partido revolucionario, si en verdad está empeñado en hacer y dirigir la revolución no puede renunciar al legítimo derecho de ser o formar parte de la vanguardia histórica que en efecto haga y dirija la revolución socialista en nuestro país, es de hipócritas decir que se lucha sin aspirar a tomar el poder y mucho más aún si se pretende desarrollar lucha diciendo que no busca ser vanguardia cuando en los hechos se actúa en esa dirección.

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