El inquietante disfraz diplomático de Hitler
Si por algo se caracterizan los momentos previos a la Segunda Guerra Mundial es por la intensa actividad diplomática que las grandes potencias implicadas desplegaron. Unos trataron de evitar el conflicto, mientras que otros sacaron el máximo partido antes del comienzo de la contienda. Podríamos situar al Reino Unido y a Francia en el primer grupo y a Alemania y la Unión Soviética en el segundo.
Los años previos a la Segunda Guerra Mundial se definen por la doble cara de la política exterior alemana. La Alemania nazi realizaba declaraciones oficiales de su deseo de mantener la paz en Europa, aunque no mostraba el más mínimo reparo en amenazar con la guerra a las otras potencias si se la contrariaba en cualquiera de sus planes de expansión territorial o de rearme de su ejército.
La diplomacia alemana rechazó todas las propuestas que no concedieran a su pueblo paridad militar inmediata con las potencias occidentales. El 19 de octubre de 1933, ante la negativa de Reino Unido y de Francia a ceder a las pretensiones germanas en ese sentido, Berlín anunció su retirada tanto de la Conferencia de Desarme como de la Sociedad de Naciones.
Hitler lideraba el sentimiento de revancha de los nacionalistas alemanes. Rechazaban la derrota de 1918 y querían revertir las duras condiciones impuestas a su nación tras el fin de la Gran Guerra. Para conseguirlo era imprescindible un ejército potente, mucho mayor del permitido por las normas del Tratado de Versalles. Tras el acceso al poder en 1933, el gobierno nazi, violando las cláusulas que establecían la reducción del ejército alemán, se dedicó de una manera más o menos velada a rearmar a sus tropas tanto en número como en medios (Aufrüstung). Solo así el pueblo alemán podría recuperar el orgullo perdido. Para conseguirlo, se usaron organizaciones encubiertas, financiadas por el Estado. Estas corporaciones se establecieron como empresas civiles que se lanzaron a la investigación e innovación tecnológica y a producir para el ejército, generándose una reactivación económica en todos los sectores que ayudó en gran medida a alcanzar el pleno empleo ya a mediados de los años 30.
HISTORIA
Con la derrota en la Primera Guerra Mundial, Alemania había perdido, además de todas sus colonias, el 13% de su territorio europeo y una décima parte de su población. Hitler se consideraba en la obligación de recuperar para el pueblo alemán, definido en términos raciales (Volksgemeinschaft), esos territorios para hacerse con el espacio vital (Lebensraum) que, como raza superior, le correspondía. En 1935, el Sarre, encomendado a Francia por 15 años tras la firma en Versalles, fue devuelto a Alemania por la Sociedad de Naciones después de la celebración de un plebiscito. Ante la pasividad de Gran Bretaña y Francia, contrarias a comenzar una nueva guerra mundial, los nazis tomaron la zona desmilitarizada del Rin. Francia se limitó a construir fortificaciones al otro lado de la frontera, mientras que los británicos condenaron la acción, aunque ninguna de las dos intervino para hacer cumplir los términos del tratado. Ante tales sucesos, Italia cambió de bando. Abandonó a franceses e ingleses y se acercó a la Alemania nazi, con la que por diferentes cuestiones no siempre había tenido unas relaciones fáciles.
Tras el estallido de la Guerra Civil española se creará el Comité de No Intervención para evitar que la contienda se extienda por Europa. El nuevo Eje Roma-Berlín, junto al Portugal salazarista, apoyará abiertamente al bando sublevado. Franceses, ingleses y norteamericanos, fieles a su política de apaciguamiento, serán mucho más reticentes a prestar su apoyo al bando republicano. Solo la Unión Soviética y México, ante el incumplimiento de germanos e italianos del pacto de no intervención, prestarán una ayuda decidida a la República española.
Una política exterior agresiva
A pesar de sus éxitos, Alemania no cejaría en su agresiva política exterior. En 1934, los nazis austriacos, con el apoyo encubierto de Hitler, dieron un golpe de estado fallido contra el gobierno asesinando al dictador Dollfuss. Los golpistas trataban de conseguir la unión con Alemania, pero el escaso entusiasmo popular, la falta de apoyo de policía y ejército y las rivalidades entre las SA y las SS austriacas hicieron fracasar el intento. Esta primera derrota no desanimaría a los nazis en sus planes de anexión de Austria. Cuatro años después, en 1938, la situación era muy diferente. Italia, antigua garante, junto a Reino Unido y Francia, de la independencia de Austria, ya no era un obstáculo, sino una aliada de Berlín. Ante el desarrollo del poderío económico, político y militar de la emergente Alemania, gran parte de los austriacos había cambiado también de idea y ahora estaban a favor de la unión. Así, el 12 de marzo de 1938, tras un nuevo referéndum impuesto al gobierno y por abrumadora mayoría en ambos países, se produjo la fusión de Austria y la Alemania nazi, la Anschluss.
Ese mismo año, Hitler chantajeó de nuevo al británico Chamberlain con la amenaza de una nueva guerra. Argumentaba que la población alemana de la región de los Sudetes, perteneciente a Checoslovaquia, era partidaria de la anexión a Alemania, y que desde Berlín no se iba a consentir que fueran masacrados por la policía y el ejército checo en las manifestaciones de protesta que realizaban. Tanto los franceses como los británicos, a pesar de todo, seguían decididos a evitar una nueva conflagración mundial. El propio Chamberlain creía sinceramente que las protestas germanas eran fundadas y aconsejó ceder al gobierno checo. Finalmente, en septiembre, los jefes de gobierno de Francia, Reino Unido, Italia y Alemania se reunieron en Múnich, donde se acordó la capitulación, plasmada en el Pacto de Múnich. El 30 de septiembre de 1938, Checoslovaquia cedía los Sudetes a Alemania, que pronto los ocupó militarmente expulsando al resto de la población checa que aún vivía allí. Hitler no tardaría en saltarse el acuerdo anexionándose Checoslovaquia al completo en marzo de 1939.
La diplomacia germana también consideraba ilegítimas las cláusulas del Tratado de Versalles que dividieron el territorio alemán en dos. Se concedían a Polonia territorios alemanes en la Prusia occidental y parte de Silesia, para darle la salida al mar del puerto de la ciudad de Danzig a través del conocido como Corredor Polaco. Eran territorios que albergaban importantes grupos de alemanes, que según la propaganda nazi eran oprimidos y discriminados por los polacos. Tras el éxito, sobre todo diplomático, que había significado la anexión de Austria y los Sudetes, la ocupación alemana de Polonia era el siguiente paso en los planes expansionistas de Hitler. Hacerse con el territorio polaco implicaba un gran reto para el gobierno y la diplomacia alemanes, que deberían vencer la oposición no solo de la propia Polonia, sino también de Francia, Reino Unido y la Unión Soviética, todos con poderosos intereses en Polonia.
En 1934, la Alemania de Hitler y Polonia habían firmado un pacto de no agresión, pero cinco años después la paz con este país entraba en conflicto con los planes de expansión territorial. No obstante, convenía seguir manteniendo las apariencias. Así, aunque oficialmente trataba de buscar una solución diplomática negociando con Polonia para acabar con la división del territorio alemán en dos, por otro lado, en marzo de 1939 se lanzaba a ocupar Checoslovaquia, Bohemia y Moravia y ultimaba en secreto sus planes militares de invasión de Polonia: la operación Fall Weiss (Casco Blanco).
Divide (al enemigo) y vencerás
La diplomacia alemana era consciente del riesgo que la invasión de Polonia suponía. Podía desatarse una guerra en varios frentes a la vez: contra los propios polacos, con la Unión Soviética, contra Francia y Reino Unido. El ejército alemán, a pesar de su espectacular crecimiento, no podía permitirse luchar simultáneamente contra tantos enemigos. Era necesario desactivar alguna de estas amenazas. A principios de 1939, la Unión Soviética había intentado formar una alianza con Francia, Reino Unido, Polonia y Rumanía para hacer frente a la expansión territorial de Alemania. Sin embargo, ante la negativa polaca y rumana de permitir el tránsito de tropas soviéticas por su territorio, las negociaciones fracasaron. Esto, unido a la exclusión en 1938 de la Unión Soviética de los acuerdos de Múnich, convenció a los bolcheviques de que Francia y Gran Bretaña no estaban dispuestas a colaborar con ellos en el mantenimiento de la seguridad en Europa.
Stalin comprendió que su estratégica diplomática había fracasado y que era el momento de hacer un cambio que buscara el acuerdo con Alemania. En cierto modo, ambas potencias tenían mucho que ganar si dejaban atrás la confrontación que habían sostenido en los años anteriores y se ponían de acuerdo en el reparto del norte y el este de Europa en el plano político y económico. Alemania poseía bienes de equipo y productos manufacturados vitales para los soviéticos, que a cambio podían proporcionar a los alemanes materias primas como petróleo, caucho, manganeso y grandes cantidades de alimento de los que Alemania necesitaba en este ambiente prebélico.
El pacto de no agresión entre Hitler y Stalin
El anterior secretario de Asuntos Exteriores, Maksim Litvinov, judío y conocido opositor al nazismo, partidario del acercamiento a las potencias occidentales y la integración de los soviéticos en los organismos internacionales, fue destituido. Se hizo una purga en la Comisaría de Asuntos Exteriores de sus colaboradores más próximos, muchos también judíos, y se puso al frente a Viacheslav Mijáilovich Mólotov. Este golpe de timón permitió el cambio de actitud de la diplomacia alemana hacia Moscú, desde donde se puso como condición la firma de un acuerdo comercial previo a un pacto de no agresión y el cese de las declaraciones anticomunistas por parte de los medios de comunicación alemanes. Las declaraciones cesaron rápidamente. Ahora en Alemania y en la Unión Soviética se ponía el acento en “la oposición a las democracias capitalistas”. El 20 de agosto de 1939, se firmaba el acuerdo comercial entre Alemania y la Unión Soviética.
Ya no había obstáculos para firma del pacto de no agresión, aunque había que materializarlo. Para conseguir hacer realidad el acuerdo, Hitler y Stalin acordaron el viaje del ministro de Asuntos Exteriores alemán, Joachim von Ribbentrop, a Moscú, donde se firmaría el 23 de agosto de 1939, nueve días antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial, el conocido como Pacto Ribbentrop-Mólotov entre la Alemania nazi y La Unión Soviética. El pacto contenía cláusulas de no agresión mutua y de negociación en las controversias entre ambos Estados. También se comprometían a no entrar en ninguna alianza que fuera contraria al otro y se establecían mecanismos de colaboración que permitirían a Alemania el acceso a las materias primas que necesitaba su industria. A cambio, a la Unión Soviética se le proporcionaban bienes de equipo, productos manufacturados y el acceso a tecnología que le permitiría ponerse al día, en especial a su industria armamentística. El tratado contenía un pacto adicional secreto donde se repartían las zonas de influencia en Europa Oriental. La Unión Soviética lograba que Alemania reconociera como zonas de interés soviético Finlandia, Estonia, Letonia y Besarabia (y más tarde, Lituania). En lo que respecta a Polonia, se decidió su reparto, fijando el río Vístula como frontera.
A pesar de todo esto, hasta el último momento la diplomacia alemana trató de engañar a Gran Bretaña y Francia, garantes de la independencia polaca, afirmando que seguía negociando con los polacos a pesar de su “obstinación”. Incluso, para evitar que los germanos lo vieran como una provocación, el gobierno polaco fue presionado por franceses y británicos para que no movilizara prematuramente a su ejército, lo que impidió que en el momento de la invasión Polonia pudiera desplegar sus tropas al completo, dejándola en una posición aún mayor de inferioridad frente a la Wehrmacht.
El pacto germano-soviético supuso un terremoto en las cancillerías mundiales, que no comprendían cómo dos potencias antagónicas se habían puesto de acuerdo en un plazo tan breve de tiempo. Tanto a los fascistas como a los comunistas de los diferentes países europeos les costó encajar y explicar este acuerdo a sus afiliados, a los que se les explicó que se trataba de un pacto contra las democracias burguesas y capitalistas occidentales. Los comunistas de Francia y de Gran Bretaña, siguiendo las directrices de sus partidos, boicotearán el alistamiento militar de sus afiliados una vez comenzado el conflicto. A los fascistas europeos les costará más aceptarlo, aunque por miedo a ofender a Alemania moderarán sus críticas. El día 25, Hitler comentó al embajador británico en Alemania que la firma de este acuerdo alteraba el equilibrio internacional y que los intereses de Alemania en Polonia deberían ser reconocidos por Reino Unido, que, en contra de lo acostumbrado, dejó por fin su política de apaciguamiento a un lado y respondió firmando un tratado de asistencia mutua con Polonia. La invasión de Polonia, planeada inicialmente para el día 26, fue aplazada por este motivo.
La caída de Polonia
El 31 de agosto de 1939, los alemanes lanzaron la Operación Abuela Fallecida, organizada por el brazo derecho de Himmler, Reinhard Heydrich, en la que el servicio secreto de las SS simuló un ataque polaco a un puesto aduanero alemán y a la emisora de radio de un pueblo cercano a la frontera, retirándose después tras dejar algunos cadáveres de prisioneros de un campo de concentración vestidos con uniformes del ejército polaco. La consecuencia inmediata fue la invasión alemana de Polonia, desde la frontera oeste, el 1 de septiembre de 1939. Dos días después, Reino Unido y Francia, convencidos de la inutilidad de su política de apaciguamiento frente la agresividad de la política exterior nacionalsocialista, declararon la guerra a Alemania.
Las tropas polacas, inferiores en número a las germanas –que usaron la conocida como guerra relámpago o Blitzkrieg–, fueron finalmente vencidas ante la falta de ayuda de sus aliados británicos y franceses y a causa del oportunismo de la Unión Soviética, que, con el pretexto de proteger a la población polaca del avance nazi, iniciaría el 17 de septiembre de 1939 su propia invasión del territorio polaco. La Segunda República Polaca, impotente ante esta doble agresión, rendiría las últimas unidades de su ejército el 6 de octubre. Su territorio fue incorporado al dominio de alemanes y soviéticos, iniciándose un terrible periodo de su historia que supondría una brusca caída en el nivel de vida, especialmente el de los judíos. Se calcula que un 20% de los ciudadanos polacos murieron desde la ocupación hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, aunque esa es ya otra triste historia.
Un partido revolucionario, si en verdad está empeñado en hacer y dirigir la revolución no puede renunciar al legítimo derecho de ser o formar parte de la vanguardia histórica que en efecto haga y dirija la revolución socialista en nuestro país, es de hipócritas decir que se lucha sin aspirar a tomar el poder y mucho más aún si se pretende desarrollar lucha diciendo que no busca ser vanguardia cuando en los hechos se actúa en esa dirección.
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