El nacimiento de la computación: cómo las máquinas cambiaron el mundo

La historia de la tecnología está marcada por hitos que transformaron para siempre la manera en que la humanidad se comunica, trabaja y piensa. Entre estos, la invención de la computadora ocupa un lugar destacado, al ser la piedra angular de la era digital que vivimos hoy.

En plena Segunda Guerra Mundial, el matemático británico Alan Turing diseñó la máquina Bombe, capaz de descifrar códigos nazis, un logro que aceleró el fin del conflicto y sentó las bases de la computación moderna. Paralelamente, en Estados Unidos, el proyecto ENIAC (Electronic Numerical Integrator and Computer), desarrollado por John Mauchly y J. Presper Eckert en 1945, fue el primer ordenador electrónico de propósito general, con un tamaño que ocupaba una habitación entera y un consumo energético inmenso.

Con el paso de las décadas, la miniaturización fue la clave para hacer la tecnología accesible. En 1958, Jack Kilby y Robert Noyce inventaron el circuito integrado, que permitió integrar miles de transistores en un solo chip, revolucionando el diseño de dispositivos electrónicos. Esto condujo a la creación de los primeros microprocesadores en la década de 1970, como el Intel 4004, que abrieron la puerta a las computadoras personales.

La revolución informática continuó con el desarrollo de sistemas operativos amigables, interfaces gráficas y, en los años 90, la llegada masiva de Internet, que cambió la forma en que las personas acceden a la información y se relacionan globalmente.

Hoy, tecnologías emergentes como la inteligencia artificial, la computación cuántica y el Internet de las cosas, basadas en aquellos primeros avances, prometen seguir transformando la sociedad, la economía y la cultura.

Recordar la historia de la computación es entender cómo la combinación de ingenio, necesidad y visión ha guiado el progreso tecnológico, hasta llegar a un mundo interconectado donde la innovación no tiene límites.

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Un partido revolucionario, si en verdad está empeñado en hacer y dirigir la revolución no puede renunciar al legítimo derecho de ser o formar parte de la vanguardia histórica que en efecto haga y dirija la revolución socialista en nuestro país, es de hipócritas decir que se lucha sin aspirar a tomar el poder y mucho más aún si se pretende desarrollar lucha diciendo que no busca ser vanguardia cuando en los hechos se actúa en esa dirección.

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