La cámara como arma: cuando el cine se volvió un acto de resistencia

Del neorrealismo italiano a los documentales clandestinos de América Latina, el séptimo arte ha sido mucho más que entretenimiento.

Aunque Hollywood domine la conversación global sobre el cine con sus blockbusters, desde sus orígenes el cine también ha sido una herramienta de lucha, de denuncia, de resistencia. Cuando las cámaras no servían para contar historias ficticias, capturaban la crudeza de la vida misma: calles devastadas por la guerra, dictaduras ocultas tras himnos patrios, o los rostros de los olvidados.

Uno de los momentos fundacionales del cine como resistencia fue el neorrealismo italiano. Tras la Segunda Guerra Mundial, cineastas como Vittorio De Sica (Ladrón de bicicletas) y Roberto Rossellini (Roma, ciudad abierta) salieron a filmar en las calles, sin sets ni actores profesionales, mostrando la miseria, la desolación y la esperanza de un pueblo destrozado. No buscaban taquilla, sino verdad.

Décadas después, durante las dictaduras militares en América Latina, las cámaras se convirtieron en armas aún más peligrosas. Cineastas como Raymundo Gleyzer en Argentina, Patricio Guzmán en Chile o Jorge Sanjinés en Bolivia desafiaron regímenes autoritarios con películas que documentaban la represión y la lucha popular. Muchos de ellos fueron perseguidos, encarcelados o asesinados. Sus cintas eran contrabandeadas, proyectadas en secreto, editadas a escondidas. Cada rollo era un acto subversivo.

Este cine, al que a menudo se le llama “tercer cine”, no buscaba gustar: buscaba transformar. Rechazaba tanto el cine comercial de Hollywood (al que consideraban el “primer cine”) como el cine de autor europeo que no conectaba con las luchas sociales (el “segundo cine”). El tercer cine era colectivo, popular, radical.

Hoy, en tiempos de hiperconectividad y plataformas de streaming, parecería que ese espíritu de resistencia está en pausa. Pero no ha muerto. En Irán, mujeres graban con celulares las injusticias que viven. En Palestina, jóvenes con acceso a una cámara muestran al mundo lo que no aparece en los noticieros. En México, documentales independientes retratan la violencia, la corrupción y la dignidad de comunidades enteras que resisten al olvido.

El cine como resistencia no es un género, ni una estética. Es una postura. Es entender que una imagen puede ser más peligrosa que una bala, y que filmar lo que otros no quieren que se vea sigue siendo un acto revolucionario.

admin

Un partido revolucionario, si en verdad está empeñado en hacer y dirigir la revolución no puede renunciar al legítimo derecho de ser o formar parte de la vanguardia histórica que en efecto haga y dirija la revolución socialista en nuestro país, es de hipócritas decir que se lucha sin aspirar a tomar el poder y mucho más aún si se pretende desarrollar lucha diciendo que no busca ser vanguardia cuando en los hechos se actúa en esa dirección.

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