La carrera por la tecnología de mover objetos con la mente: un negocio que mueve ya cientos de millones
La tecnología de interfaces cerebro-computadora (BCI, por sus siglas en inglés) ha dejado de ser una fantasía de ciencia ficción para convertirse en una realidad tangible que atrae inversiones multimillonarias. Empresas como Precision Neuroscience, Synchron y Neuralink (fundada por Elon Musk) lideran esta revolución tecnológica, acumulando fondos que superan los 1,100 millones de dólares.
Estas interfaces consisten en la implantación de electrodos en el cerebro capaces de captar señales neuronales y transmitir órdenes a dispositivos externos, como teléfonos móviles o prótesis robóticas. El potencial de esta tecnología es vasto, especialmente en el ámbito médico, donde podría mejorar la calidad de vida de pacientes con parálisis, demencia o depresión.
Sin embargo, el avance de las BCI también plantea desafíos éticos y de seguridad. Expertos advierten sobre la posibilidad de una “vigilancia cerebral”, donde los datos neuronales podrían ser monitoreados sin consentimiento, comprometiendo la privacidad mental y la libertad de pensamiento. Además, existe el riesgo de que estos sistemas sean vulnerables a ciberataques, lo que podría tener consecuencias graves para los usuarios.
Ante este panorama, se hace urgente la creación de marcos legales que protejan los derechos neurocognitivos de las personas. La comunidad científica y los legisladores deben trabajar conjuntamente para garantizar que el desarrollo de las BCI se realice de manera ética y segura, evitando posibles abusos y asegurando que los beneficios de esta tecnología estén al alcance de quienes más los necesitan.
El mercado de las interfaces cerebro-computadora se estima en un valor de hasta 400,000 millones de dólares, lo que refleja el interés y la expectativa generados en torno a esta innovadora tecnología. A medida que las inversiones continúan creciendo, es fundamental mantener un equilibrio entre el progreso tecnológico y la protección de los derechos humanos, asegurando que esta revolución beneficie a la sociedad en su conjunto.
Un partido revolucionario, si en verdad está empeñado en hacer y dirigir la revolución no puede renunciar al legítimo derecho de ser o formar parte de la vanguardia histórica que en efecto haga y dirija la revolución socialista en nuestro país, es de hipócritas decir que se lucha sin aspirar a tomar el poder y mucho más aún si se pretende desarrollar lucha diciendo que no busca ser vanguardia cuando en los hechos se actúa en esa dirección.
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