La ciencia de cambiar de opinión: ¿por qué nos cuesta tanto psicológicamente admitir que estamos equivocados?
Cambiar de opinión no es sencillo. Puede serlo cuando se trata de decidir qué plato elegir en un restaurante, pero no cuando hablamos de creencias, posturas políticas o prejuicios.
Pero, ¿por qué es tan difícil? Se supone que los seres humanos somos racionales y que lo racional es adaptar nuestras creencias según la nueva información que recibimos. Sin embargo, hacerlo a menudo nos resulta incómodo.
La respuesta rápida: no somos tan racionales como creemos.
Antes de profundizar en el “por qué”, es útil entender el “cómo”. ¿Cómo nos aferramos a nuestras creencias, incluso cuando las pruebas en contra son abrumadoras? Hay varios mecanismos que utilizamos para mantenernos firmes en nuestras convicciones.
El primer paso es ignorar todo aquello que contradiga nuestro punto de vista. Tendemos a rechazar o ignorar las fuentes de información que desafían nuestras creencias, hasta el punto de sentirnos amenazados y aferrarnos aún más a nuestras ideas.
Keith M. Bellizzi, profesor de desarrollo humano en la Universidad de Connecticut, explica en un artículo en The Conversation que nuestro rechazo a los datos contradictorios puede ser tan fuerte que puede tener el efecto contrario, conocido como el “efecto rebote” (backfire effect).
Ignorar la información que nos contradice va de la mano con enfocarnos en aquello que confirma nuestras ideas. Buscamos en los medios y redes sociales no ideas nuevas, sino aquellas que refuercen nuestras creencias preexistentes, un fenómeno conocido como “cámaras de eco”.
Estos comportamientos encajan en el sesgo de confirmación, que no solo influye en la información que buscamos, sino también en cómo interpretamos lo que encontramos. Incluso nuestra memoria puede jugarnos en contra, haciéndonos olvidar más fácilmente la información que contradice nuestras creencias.
Diversas corrientes de la psicología estudian cómo formamos, mantenemos y cambiamos nuestras opiniones. La hipótesis de la afirmación propia sugiere que somos más receptivos al cambio de opiniones cuando nos sentimos bien con nosotros mismos. Por otro lado, la teoría de la cognición cultural sostiene que formamos nuestras ideas para alinearnos con los grupos con los que deseamos identificarnos. Ambas teorías reflejan una visión tribal en la que las opiniones ayudan a trazar líneas entre “nosotros” y “ellos”.
Desde un punto de vista neurológico, el cortisol, una hormona vinculada con el estrés, puede ser responsable de nuestra resistencia a aceptar nuevas ideas que contradigan nuestras creencias. Nuestro cerebro puede reaccionar a estas ideas como si fueran amenazas, produciendo cortisol y poniéndonos en alerta.
Curiosamente, nuestro cerebro también tiene una tendencia evolutiva hacia la búsqueda de nueva información, liberando dopamina, una hormona asociada al sistema de recompensa, cuando encontramos algo novedoso.
Un estudio publicado en 2019 en Nature Neuroscience analizó el cerebro de unos cuarenta participantes mediante escáneres de resonancia magnética mientras reaccionaban a estimaciones numéricas que podían coincidir o no con las suyas. Se observó que la corteza prefrontal posterior media se activaba cuando las estimaciones estaban de acuerdo, pero no ante un desacuerdo, sin importar la convicción de la estimación.
Admitiendo el cambio
No obstante, cambiar de opinión es posible y, de hecho, lo hacemos a menudo, aunque no siempre seamos conscientes de ello. Un ejemplo clásico es cómo unas elecciones pueden cambiar nuestra percepción de la economía: si nuestro partido gana, nuestra percepción mejora; si pierde, se vuelve más pesimista.
El psicólogo y premio Nobel de Economía Daniel Kahneman, en su libro “Pensar rápido, pensar despacio”, explica que a menudo cambiamos de opinión sin darnos cuenta debido a que nuestra memoria no es buena recordando nuestros estados mentales del pasado. Tendemos a rellenar los huecos en nuestra memoria en base a lo que pensamos ahora, haciendo que nuestras posturas parezcan coherentes en el tiempo, un fenómeno conocido como sesgo de retrospección.
Comprender nuestros sesgos y nuestra irracionalidad puede ser un primer paso para evitar caer en discusiones evitables y en engaños. La polarización social y política es un tema frecuente en los medios, y ser conscientes de nuestra tendencia a la obcecación puede ayudarnos a ser más abiertos y receptivos al cambio. Cuanta mayor es nuestra cerrazón, mayor puede ser la caída cuando finalmente cambiamos de parecer.
Un partido revolucionario, si en verdad está empeñado en hacer y dirigir la revolución no puede renunciar al legítimo derecho de ser o formar parte de la vanguardia histórica que en efecto haga y dirija la revolución socialista en nuestro país, es de hipócritas decir que se lucha sin aspirar a tomar el poder y mucho más aún si se pretende desarrollar lucha diciendo que no busca ser vanguardia cuando en los hechos se actúa en esa dirección.
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