
“Las muertas” revive a Las Poquianchis en una serie mexicana que genera reacciones encontradas
La nueva serie mexicana Las muertas (título en español: The Dead Girls) estrenada el 10 de septiembre en Netflix, ha despertado atención por su estilo crudo y su irreverente mirada histórica. Inspirada en el influyente libro Las muertas (1977) de Jorge Ibargüengoitia, la adaptación televisiva reconstruye la historia ficticia de dos hermanas encargadas de un imperio criminal ligado a la explotación sexual, corrupción policial y abusos, todo ello ambientado en el México de mediados del siglo XX.
Dirigida por Luis Estrada —quien también funge como showrunner— la producción consta de seis episodios con una duración que oscila entre 61 y 79 minutos. Estrada, junto con Jaime Sampietro y Rodrigo Santos, adaptó el guion con la intención de capturar tanto el humor satírico como el terror moral del relato original. Wikipedia Las filmaciones se realizaron en entornos reales de México, incluyendo locaciones en Guanajuato, Veracruz y San Luis Potosí, así como en los emblemáticos Estudios Churubusco. Wikipedia
Una mirada entre lo grotesco y lo trágico
A primera vista, Las muertas despliega una atmósfera de melodrama clásico: intrigas familiares, romances oscuros y ambiciones que derriban la moral. Pero pronto deriva hacia territorios más siniestros, alternando escenas de violencia explícita, corrupción estructural y reflexiones sobre el poder. El lenguaje visual no oculta lo brutal, al contrario: su crudeza es parte del lenguaje de la serie, que empuja al espectador a confrontar la realidad de los crímenes narrados.
Los personajes centrales, Arcángela (Arcelia Ramírez) y Serafina (Paulina Gaitán), construyen un esquema implacable de manipulación, autolibertad y destrucción. Las mujeres lideran una empresa ilícita con recursos despiadados, retorcidas alianzas y un calculado control sobre su entorno. Mientras tanto, la narrativa no evita mostrar las redes legales, sociales y policiales que permiten —y toleran— esos abusos. Wikipedia
Un recurso visual curioso: la serie a veces incorpora elementos casi caricaturescos (casi como un “gag visual”) que tiñen la violencia con un tono de extrañeza, generando una ambigüedad entre lo satírico y lo trágico. Esa mezcla ha sido objeto de elogios y críticas por parte del público y la prensa. The Guardian+1
Recepción crítica y cultural
Aunque la recepción todavía es prematura por tratarse de un estreno reciente, críticas especializadas han resaltado la audacia de la adaptación. Una reseña de The Guardian describe Nine Bodies in a Mexican Morgue (otra serie reciente) como un thriller “juguetón y autoconciente”, y aunque se refiere a otra producción, esta comparación sugiere que el momento en la ficción latinoamericana favorece apuestas que oscilan entre lo grotesco y lo experimental. The Guardian
En México, Las muertas toca una herida cultural: el uso de crímenes reales y personajes inspirados en casos como el de Las Poquianchis, un grupo criminal real que se dedicaba al tráfico de personas y explotación sexual en las décadas pasadas. Esa referencia histórica, ya muy tratada en literatura y cine nacional, adquiere en esta versión televisiva una nueva capa de interpretación: ¿victimismo explícito?, ¿reivindicación?, ¿terrible espectáculo? Los espectadores debaten si la serie cae en la explotación de la violencia con fines estéticos o si funciona como una denuncia simbólica de desigualdades persistentes.
¿Una puerta para más audacia narrativa?
Las muertas llega en un momento en que las plataformas están dispuestas a financiar ficciones más osadas en cuanto a formato, lenguaje visual y temáticas polémicas. Netflix ha dicho que la versión en serie permitió a Estrada “atar cabos sueltos” que un largometraje no habría podido; la libertad del formato episódico le permitió explorar personajes y subtramas más densas. Wikipedia
Queda por ver si la serie logra consolidarse como un hito en la ficción mexicana reciente. Por ahora, su mezcla de crudeza narrativa, riesgo estilístico y herencia cultural la convierte en un título que, aun con debilidades, merece atención para quienes buscan ficción con carácter en América Latina.

Un partido revolucionario, si en verdad está empeñado en hacer y dirigir la revolución no puede renunciar al legítimo derecho de ser o formar parte de la vanguardia histórica que en efecto haga y dirija la revolución socialista en nuestro país, es de hipócritas decir que se lucha sin aspirar a tomar el poder y mucho más aún si se pretende desarrollar lucha diciendo que no busca ser vanguardia cuando en los hechos se actúa en esa dirección.
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