Nos quisieron fuera. Hoy decidimos nosotras.

Por Andrea Serna Hernández

El 3 de julio de 1955 las mujeres mexicanas votamos por primera vez en una elección federal. No fue un regalo. Fue resultado de una lucha larga, valiente y tenaz, impulsada por miles de mujeres que lo dieron todo para que hoy tengamos lo que nos corresponde por derecho.

Nos dijeron que no estábamos preparadas. Que debíamos callar, obedecer, cuidar. Que el poder no era para nosotras. Pero no les bastó con negarnos el voto: también nos borraron de los libros, de los congresos, de las decisiones. Nos borraron de la historia y de la política.

Y sin embargo, aquí estamos.

Somos mayoría en las urnas y en las calles. Somos quienes sostenemos la vida y también quienes exigimos que se garantice digna. Hoy tenemos por primera vez una presidenta mujer, una presidenta con A. No solo por la letra, sino por la historia, por la memoria, por todas las que estuvieron antes.

Porque este presente también es de Hermila Galindo, de las Hijas de Cuauhtémoc, de las mujeres que impulsaron los primeros congresos feministas en Yucatán, de las maestras rurales que alfabetizaron a generaciones enteras sin ser consideradas ciudadanas. Y es, sobre todo, de las que aún luchan hoy en condiciones de precariedad y violencia institucional para que sus hijas tengan un futuro con más derechos que silencios.

¿Molesta que digamos feminismo? Que incomode. Porque si algo ha sido el feminismo es una herramienta para nombrar lo que nos negaron: nuestra voz, nuestra rabia, nuestra libertad. Y sí, también nuestra capacidad de transformar el poder desde la raíz.

No somos invitadas en la democracia. Somos autoras de ella.

Y sin embargo, todavía hay quienes quieren que volvamos a la sumisión, al silencio, a la hipocresía de “sí pueden votar, pero no pueden gobernar”. La misma hipocresía de quienes hablan de igualdad mientras perpetúan un sistema de privilegios masculinos, racistas y clasistas.

A todas ellas les decimos: no vamos a retroceder.

Este 3 de julio no celebramos concesiones. Conmemoramos conquistas. Y reafirmamos algo básico pero poderoso: nosotras decidimos. Decidimos sobre nuestros cuerpos, nuestras vidas, nuestros territorios y nuestros derechos. Y que nadie lo olvide: las mujeres transformamos la historia, no pedimos permiso para hacerlo.

Porque callar frente a la exclusión también es complicidad. Y hay demasiada complicidad maquillada de neutralidad.

Desde la izquierda, desde el feminismo, desde la lucha que no olvida su historia, lo decimos fuerte y claro: ni una democracia sin nosotras. Ni un paso atrás.

admin

Un partido revolucionario, si en verdad está empeñado en hacer y dirigir la revolución no puede renunciar al legítimo derecho de ser o formar parte de la vanguardia histórica que en efecto haga y dirija la revolución socialista en nuestro país, es de hipócritas decir que se lucha sin aspirar a tomar el poder y mucho más aún si se pretende desarrollar lucha diciendo que no busca ser vanguardia cuando en los hechos se actúa en esa dirección.

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