‘The Peripheral’: el cine de los noventa fue el mejor de todos los tiempos y esta serie destruye su legado
Me apetece compartir con ustedes la mayor epifanía equivocada que me ha visitado en los últimos meses. Es esta: el cine de los años noventa es el mejor de todos los tiempos. Como análisis de la historia del cine resulta indefendible, caprichoso, ignorante, basto y adanista, pues hablo de películas que vi casi siempre en sala y de estreno. Sin embargo, cuantas más series y películas veo, más agradecido estoy a Dios por haberme hecho vivir el cine de finales del siglo XX.
Tomemos The Peripheral, por ejemplo, la nueva serie de ciencia ficción de Amazon Prime. Trata de mundos virtuales donde personas con vidas miserables experimentan aventuras sofisticadas. La cosa, en principio, pinta bien, pues justamente sus dos pilares fundamentales proceden de los años noventa. The Peripheral adapta una novela de William Gibson, que se hizo famoso con su narrativa ciberpunk al ser considerado la mayor inspiración de Matrix (1999), y que uno diría que escribe siempre la misma novela. Además, dirige los dos primeros capítulos (y también produce) Vincenzo Natali, cuya ópera prima, Cube (1997), introdujo el horror político en las salas de versión original de todo el mundo. Cube ha envejecido mal, porque se ha imitado un millón de veces, y dos o tres con acierto, lo que hace que el original parezca ahora la copia cutre.
Por si fuera poca felicidad anticipada, la intro (que los anglosajones llaman title sequence y aquí traducimos como “secuencia de apertura”) es deslumbrante. La firma la empresa AntibodyTV, responsable también de la inolvidable introducción de True Detective.
Sin embargo, después de las llamativas imágenes liminares, la serie se manifiesta como un gran monumento a la vaciedad. No hay nada debajo de unos efectos especiales extraordinarios (telones de ladrillos, ciudades como de Blade Runner mejoradas, humanoides hiperrealistas), aparte de personajes que corren de un lado para otro sin motivación ni drama, imitando películas mejores, ahogados por los clichés, plastificados en un recorrido emocional tan previsible que cualquier capítulo de Peppa Pig parece salido de la pluma deChéjov.
Algo que contar
Diría uno que la tecnología gráfica evoluciona y mejora cada década, pero que miles de talleres de guion, y cientos de libros de lo mismo, y teorías y esquemas y análisis de los maestros antiguos del cine no consiguen que, al cabo, pueda subsanarse la primera necesidad de un producto audiovisual: tener algo propio que contar. The Peripheral te hace pensar que la vida entera es de segunda mano.
Así, el cacharrito para transportarse a la simulación virtual es prácticamente idéntico al que aparecía en Días extraños (1995, Kathryn Bigelow); la primera escena, donde dos personajes hablan en el puerto contemplando una ciudad perfecta y pronuncian frases forzadamente filosóficas parece una versión de una escena similar de la trilogía de Matrix. Según avanza la trama, uno recuerda con melancolía Existenz (1999, David Cronenberg). Y hasta The Game (1997, David Fincher) parece estar entre las inspiraciones de los creadores de la serie.
Este audiovisual mata bichos, sordideces y oscuridades, no sea que alguien se lleve un susto sobre las cosas que esconde la vida
Todo este legado ha sido sometido a un proceso de pasteurización casi literal. Si Google nos dice que pasteurizar es “matar todas las bacterias patógenas y reducir la actividad enzimática con el objetivo de que los productos sean seguros para el consumo”, este audiovisual contemporáneo también mata bichos, márgenes, sordideces y oscuridades, no sea que viéndolo alguien se lleve un susto sobre las cosas que esconde la vida. Son productos como para la hora del recreo en un colegio cuando llueve y no se puede salir al patio.
Ya casi ni sorprende una escena como la que vemos en el primer capítulo. Tres hombres hostigan a la mujer protagonista, y aparece otro hombre para defenderla. Los tres maleantes son blancos, brutos, basura blanca; el buen hombre es de raza negra, va en silla de ruedas y le falta un brazo. Seguramente también es vegano, pero eso los guionistas lo dejan a nuestra imaginación.
En los noventa nadie hacía estos cálculos; nadie se fijaba en la raza de los personajes, salvo que estuvieran mal hechos. Cuando veíamos Superdetective en Hollywood (que, vale, es de los ochenta), no veíamos a un actor negro, sino al tío que mejor podía hacer ese papel, que era Eddie Murphy. Cuando estrenaron Blade (1998), nadie pensaba que por fin un hombre negro protagonizaba una película de acción, pues Wesley Snipes se nos antojaba exactamente el tipo al que llamaríamos si llegaba una plaga de vampiros.
Cada vez que veo una película de los años noventa, me parece una obra maestra, sobre todo si no lo es. Están llenas de dolor, incorrección política, injusticia, visceralidad, provocación y algo parecido a las ganas. Había ganas de poner a prueba al espectador y hasta de que se saliera del cine (Crash, 1996, de David Cronenberg, lo consiguió como ninguna otra). The Peripheral representa justamente lo contrario: por favor, quédate, ¿qué tenemos que hacer para que no te vayas a HBO?, ¿qué, para llegar a una segunda temporada?, ¿un producto seguro?
¿La nada? Tómala, en papel de colorines.
Un partido revolucionario, si en verdad está empeñado en hacer y dirigir la revolución no puede renunciar al legítimo derecho de ser o formar parte de la vanguardia histórica que en efecto haga y dirija la revolución socialista en nuestro país, es de hipócritas decir que se lucha sin aspirar a tomar el poder y mucho más aún si se pretende desarrollar lucha diciendo que no busca ser vanguardia cuando en los hechos se actúa en esa dirección.
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