CRÍTICA DE ‘JOHN WICK 4’, KEANU REEVES DEVUELVE LA GRANDEZA AL CINE

Que esta fantabulosa y orgiástica cuarta entrega de una de las franquicias de acción más estimulantes, inventivas y disfrutonas de las últimas décadas tenga casi el mismo metraje que la fundamental ‘Hasta que llegó su hora’, de Sergio Leone (169 minutos este capítulo cuatro; 166 la del genio italiano) no es para nada una casualidad. Los tres primeros capítulos equivalen paso por paso a la ‘Trilogía del Dólar’ de Leone, en los films protagonizados por Keanu Reeves una moneda/medallón de oro también necesitada de sangre para delimitar y dirimir cuestiones de honor. De ‘Por un puñado de dólares’ (el hombre sin nombre y sin perro contra los amos de una ciudad que solamente existe en la ficción del cine), ‘La muerte tenía un precio’ (la competición y los intereses comunes entre asesinos) y ‘El bueno, el feo y el malo’ (además de la cita literal a la escena de Eli Wallach montándose su propia pistola, la búsqueda de un tesoro y la asunción de un universo que sublima lugares comunes y arquetipos, tanto del western como del cine de acción) a, claro, ‘Hasta que llegó su hora’, la culminación operística del western all’italiana. ‘John Wick 4’ es la culminación, un clímax tras otro sin solución de continuidad, de la franquicia Wick.

‘Hasta que llegó su hora’ comenzaba matando a tres personajes (la trilogía previa) y giraba sobre tres personajes (las tres películas de Leone anteriores) y tres escenarios/tramas unidas por la venganza. ‘John Wick 4’, que parece haberse bebido todo el western de Leone y de sus herederos hijos de puta y todo el cine de acción de las últimas décadas, replica ese mismo esquema, también haciendo una sangrienta tabula rasa con los iconos de los tres films precedentes: el personaje de Keanu Reeves (el papel de su vida, digámoslo ya) vendría a ser el de Armónica/Charles Bronson, esa fuerza anómala de un pasado (o del Más Allá… ¿no será Wick un jinete pálido?) que viene a destruir el presente y el futuro; el en el fondo un sentimental Cheyenne/Jason Robards es aquí ese Zatoichi Donnie Yen; y el verdaderamente ciego de odio Frank/Henry Fonda, el que brevemente encarna un reencontrado Clancy Brown. Junto a ellos estaba el “futuro”, Morton, el capitalista del ferrocarril que interpretó Gabriele Ferzetti y que en ‘John Wick 4’ halla una sobreactuada y deliciosamente amanerada versión francesa en un Bill Skarsgård que disfruta en cada segundo que aparece en escena.

Y tres son los escenarios, nada casuales, del largometraje dirigido (como si hubiera sido tocado por el ángel –de venganza- del mejor cine de acción) por Chad Stahelski. Tres localizaciones que delimitan a una obra maestra sin límites en sus casi tres horas. La llena de neones y de luces Osaka, no solo el guiño al ‘Yojimbo’ japonés de Akira Kurosawa que une a Sergio Leone con el universo Wick, sino el homenaje a toda la escuela de cine oriental de artes marciales y yakuza. El primer paso en el via crucis de John, y el primer acto (por supuesto) de esta ópera. El segundo sucede en Berlín, un Berlín expresionista de tonos que rememoran a los más alucinados y alucinantes krimi basados en los relatos de Edgar Wallace. Un Berlín de films de espionaje de Guerra Fría, pero por encima de todo el Berlín del folletín por antomasia que ha estado latiendo en esta franquicia wickiana con su Alta Mesa, sus rituales y sus secretos, sus reyes del submundo, alianzas y perros: el del doctor Mabuse. Este segmento central de ‘John Wick 4’, cuyo clímax (repito: toda la película es uno) es uno de abracadabrante y ceremonial ejecución cenital, hace una reverencia a ‘Los crímenes del Dr. Mabuse’, el regreso al personaje por parte de Fritz Lang en 1960 y con un Howard Vernon que no anda muy lejos del mencionado Clancy Brown. Y el tercer escenario (todo en el film es una representación, una coreografía y duelos de arias entre sus voces de muerte) es París. Concebido este acto final como un recorrido (literal y ascendente) a base de persecuciones, tiroteos, choques y peleas cuerpo a cuerpo por todas las calles de la ciudad, celebra como ninguna otra película hasta la fecha la cinemática grandeza del cine que nació por allí cerca con los Lumière y que seguiría con los grandes iconos del cine mudo como ese Buster Keaton emperador de las acrobacias y de lo imposible hecho posible sin efectos digitales que es el faro que ha iluminado (junto a los Keystone Cops de Hal Roach o Harold Lloyd) este cuarteto fílmico, y que en el caso francés también rinde pleitesía a los títulos protagonizados por Eddie Constantine y a la obra cascadeur en clásicos de Henri Verneuil o Philippe de Broca.

‘John Wick 4’ reinventa el cine, no únicamente el de acción. No necesita ninguna excusa argumental aunque nos legue momentos intimistas tan preciosos (y proféticos) como los que tienen al malogrado Lance Reddick como protagonista. Habrá quien minusvalorice la película con un “no es más que una escena de peleas y de acción tras otra”. Sí, y ‘Rápida y mortal’, ese western de Sam Raimi que recibe en esta cuarta entrega una cita de desarmante cariño, solo una de tipos batiéndose en duelo, o el cine solo 24 imágenes estáticas por segundo.

En ‘Hasta que llegó su hora’, en realidad el personaje más importante era del de Claudia Cardinale, Jill. Ella era el que aglutinaba a los demás, su razón de ser, de matar, morir y de vivir. Era el verdadero futuro. La Jill de John Wick es su esposa Helen, pero la Jill de todas estas maravillosas películas, en especial de esta absoluta joya que es ‘John Wick 4’, es el cine, el amor por el cine, por una manera de explicar las historias que no tiene nada que ver con chácharas de tesis, temas de agenda social y proselitismo “necesario”.

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Un partido revolucionario, si en verdad está empeñado en hacer y dirigir la revolución no puede renunciar al legítimo derecho de ser o formar parte de la vanguardia histórica que en efecto haga y dirija la revolución socialista en nuestro país, es de hipócritas decir que se lucha sin aspirar a tomar el poder y mucho más aún si se pretende desarrollar lucha diciendo que no busca ser vanguardia cuando en los hechos se actúa en esa dirección.

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