Tenemos un problema con el hormigón: la misma tecnología que permitió construir el mundo moderno amenaza su futuro
Pongámoslo en cifras. Hoy por hoy, el hormigón es la segunda sustancia más consumida en la Tierra. La primera es el agua. De hecho, se trata del material fabricado por el ser humano más abundante de la historia. Y lo seguirá siendo por mucho tiempo porque cada año consumimos 4.000 millones de toneladas; más de lo que usó la humanidad en toda la primera mitad del siglo XX.
Y es que, como defendía Joe Zadeh hace unos días, el hormigón construyó el mundo moderno y ahora lo está destruyendo.
Un gigante con los pies de… hormigón
Ant Rozetsky
No es exactamente una exageración, la verdad. Como explicaba un viejo conocido de Xataka, Manuel F. Herrador, profesor de hormigón estructural en la UDC, “se estima que la producción de cemento es responsable de entre el 6 % y el 8 % de la huella de carbono, y no por el consumo de energía, sino porque la reacción química en la que se produce emite CO2.
“Esto quiere decir que, aunque se emplearan energías renovables para producir cemento, seguiría teniendo una tremenda huella de carbono“. Para que nos hagamos una idea, se estima que cada kilogramo de cemento producido produce más de medio kilogramo de CO2. Es decir, basta con tener en mente las cifras del párrafo inicial para ver que sí, que el impacto ambiental es descomunal.
Pero es que hay muy buenas razones para usar hormigón. En primer lugar, porque “se produce a partir de algunos de los materiales más abundantes de la Tierra”. Eso significa que es una tecnología profundamente accesible: casi cualquier lugar del mundo tiene lo necesario para producir cemento a nivel local. Pero es que, además, es fácil de usar, seguro, tremendamente resistente y baratísimo. “Ajustado a la inflación, el costo del cemento en los EEUU apenas ha aumentado desde principios del siglo XX”, decía Zadeh.
El problema es que estamos en medio de una enorme crisis climática, claro. Y, como decía Herrador, “la única solución sería sustituir el cemento por otro material para hacer hormigón, pero hoy por hoy no lo tenemos“.
¿Entonces qué?
Esa es la gran pregunta. Sobre todo, porque no hay respuestas sencillas. Si bien el CO2 está detrás del cambio climático y si no dejamos de emitirlo, la situación será cada vez peor: el cambio climático nos está exponiendo a una enorme cantidad de eventos meteorológicos extremos para cuya defensa solo tenemos el hormigón. Al fin y al cabo, las grandes infraestructuras que controlan el cauce de los ríos, el nivel del mar o el impacto de las tormentas son de hormigón.
Y, por si fuera poco, tampoco hay legitimidad de ningún tipo para pedirle a nadie que dejé de usarlo. Como explicaba el antropólogo Cristián Simonetti, “la producción y el consumo de cemento está en correlación casi perfecta con los indicadores de desarrollo del Banco Mundial”. Es decir, a efectos prácticos y hoy por hoy, dejar de usar hormigón es indistinguible de condenar a muchos países y regiones al subdesarrollo.
Así que ¿qué nos queda? En primer lugar, seguir investigando. Mucho, además. Porque el problema del cemento está siendo especialmente elusivo. Y, mientras tanto, dos cosas más: reutilizar (y rehabilitar) todas las estructuras de hormigón que podamos y apostar por técnicas constructivas alternativas (“la bioconstrucción, el uso de maderas, la edificación con paja o con bambú”) siempre que sea posible. No obstante, lo más importante es tener consciencia del problema. Porque como con todas las adicciones (y esta es una adicción civilizatoria), el primer paso es reconocerlo.
Imagen | Scott Blake
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