Retro-crítica a El Club de la lucha: culto nihilista
El próximo 5 de noviembre se cumplen 23 años del estreno de El Club de la lucha. La película está dirigida por David Fincher y protagonizada por Edward Norton, Brad Pitt y Helena Bonham Carter.
En El club de la lucha, un joven hastiado de su gris y monótona vida lucha contra el insomnio. En un viaje en avión conoce a un carismático vendedor de jabón que sostiene una teoría muy particular: el perfeccionismo es cosa de gentes débiles; solo la autodestrucción hace que la vida merezca la pena. Ambos deciden entonces fundar un club secreto de lucha, donde poder descargar sus frustraciones y su ira, que tendrá un éxito arrollador.
El club de la lucha es una película de culto, una oda al nihilismo, donde se nos repite, hasta la saciedad, que puedes vivir con poco y que se nos llena la cabeza de productos innecesarios. De ahí la saturación de marcas que vemos en la cinta o el hecho de ver el piso de Norton presentado como un catálogo IKEA. La película, enfocada a la generación X, se basa en la violencia, pero nos recuerda que estamos viendo una película al romper la cuarta pared, o el fotograma sexual final o ver el celuloide de la misma.
La película cuenta con un final arrollador, un final original planteado desde el inicio, después de los créditos iniciales se nos proyecta la cabeza de Norton, es decir, todo está en su mente. Un final del que vamos recibiendo pistas, como en los fotogramas en los que aparece Tyler. Una idea ocurrente ya que él trabaja haciendo eso mismo.
El reparto
Las interpretaciones son magníficas, donde destacan Norton y Helena Bonham Carter y a nivel más reducido Jared Leto, que hace un pequeño papel muy destacable. La iluminación gris y llamativa, el vestuario de ambos personajes, la fotografía o los efectos sonoros así como la producción son brillantes. Todo esto, incluyendo el fantástico final (no hago spoiler) han logrado que El club de la lucha sea una película de culto.
Un partido revolucionario, si en verdad está empeñado en hacer y dirigir la revolución no puede renunciar al legítimo derecho de ser o formar parte de la vanguardia histórica que en efecto haga y dirija la revolución socialista en nuestro país, es de hipócritas decir que se lucha sin aspirar a tomar el poder y mucho más aún si se pretende desarrollar lucha diciendo que no busca ser vanguardia cuando en los hechos se actúa en esa dirección.
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